martes, 16 de diciembre de 2008

Mi fin de semana



Descansa tranquila y muy de pronto un grito, la furia penetra en esa casa lejana. Esa quinta tranquila de las afueras se llena de golpes breves y retorna el silencio.
Silencio.
Un techo de chapa. Una ventana ruidosa.
Ella vuelve con mariposas en la panza, con latidos intensos.
No hay nadie aquí. Una falta. No regresó, se perdió en la mañana de la paz.
Ella grita, otra vez. Llanto, llanto.
Llantos.
El sonido polifónico de un teléfono que no se detiene, no se detiene la desgracia. No.
No puede entender en donde está. Tiene sueño y no logra comprender la intensidad de ese instante en el que no hay solución. Un paso en falso. Dio un paso equivocado y la catarata de mierda se desencadenó.
Plaza de pueblo invadida de eso. El diario que pulula de noticias como aquella pero la superposición de bosta de caballo pasa desapercibida en el campo.
Cúmulo, cúmulo de algo que no se detiene.
Entra y vuelve a gritar. Esa que lo mira todo pasar, parece fría, muda.
Las ventanas abiertas y las cortinas que flamean muy poco por el fuerte calor.
Llanto, caras desencajadas y el telefonito de fondo irritándolo todo, llenando de más ruido y tapando las palabras ausentes.
La plaza de pueblo, lo que determina cual de aquellos es mas o menos pintoresco, es donde se lleva a cabo la trampa. Una se salva. La otra amanece en un descampado con vista al lago.
 
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